Todos los días y todo el día

todo el dia, desierto

El tener que vocalizar… Esa cosa…

Personas desconocidas hasta el último día alrededor que hablan y hablan pero no contigo. O eso parece, porque no vocalizan y se entienden. Tu ves, oyes, pero no entiendes. Te lo dicen, se olvidan, pues no se te nota y no lo parece.

Pareces antipática, pero en realidad, aunque pocos lo sepan, o muchos que te caen mal, solo lo eres cuando quieres. Sonreír de más mientras adivinas qué han dicho. O para tratar de integrarte. Pero solo hacia fuera. Y así, durante todo el día, todos los días.

¿Te lo imaginas? Son retazos propios de pensamientos de una persona sorda como yo que lee los labios pero tampoco tan bien. Al parecer. O vocalizan fatal, que también. O está fatigada ya. Que oye bastante pero no del todo. Que hace todo lo posible pero no lo suficiente. Siempre más y un poco mejor, si puede ser, pero por fuerza debe ser. O automáticamente te excluyes, pues no parece que te incluyan. Y así todos los días.

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No se puede pretender hacer un sobreesfuerzo constante tantísimas horas al día varios días seguidos sin explotar. No si no te tienen en cuenta, si se olvidan más allá de las primeras palabras, en esas que aún te miran y se esfuerzan. Cualquier interrupción inocente hace perder la intención de seguir siendo accesible. Se volvieron a olvidar y otra vez estás fuera.

No se puede pretender jugar a ser incansable y tener una sonrisa eterna ni ser ocurrente si no te sientes valorada. Si hay demasiadas personas, que por más que pase el tiempo, siguen siendo desconocidas. No franquean el muro de la comunicación. No lo necesitan ni ven tu necesidad de ayuda. Me pregunto hasta si se dan cuenta de los intentos… Porque por más que lo intentes, es imposible leer todos los labios y menos a la vez. Y así conocer, aprender. Estar.

Sea como sea, al final, necesitas un remanso de paz, decir: no más. No a la fatiga auditiva, a la alerta constante, al estrés continuado. No al dejar de ser tú misma para volver a ser tú todo el día, todos los días. Eso sí. Con tu gente. Es más fácil vocalizar un rato (gracias) que estar pendiente todo el tiempo.

Nada como estar en casa, una serenidad que, si no perfecta, conocida.

Apunts En Blanc Así se llama nuestra campaña promovida por ACAPPS

apuntsenblanc

¡Hola a tod@s!

Hoy vengo a informaros de que desde la Federació Acapps, con sede en Barcelona, iniciamos la campaña de Crowfunding con la plataforma Verkami para que nuestra sordera sea visible en la universidad y nuestras necesidades escuchadas. Queremos hacer un audiovisual que se llamará «Apuntes en blanco» que dirigirá voluntariamente Xavier Borrell, director de Águila Roja y Ventdelplà, entre otros. Lo estamos dando todo.

Aquí podéis leer toda la información. En la imagen del final hay un código QR que lleva también a la web.

Necesitamos conseguir antes del 12 de junio, 10.000 euros para poder llevarlo a cabo. ¡Ayúdanos y haz tu donativo!

> Para que todas la personas con sordera que en el futuro quieran, puedan estudiar en una universidad por fin inclusiva. ¡Reivindiquemos nuestros derechos!

Por favor, colabora con nosotros aportando tu granito de arena y/o difundiendo. ¡Mil gracias!

campaña acapps

El querer buscarte y el querer encontrarte.

buscarteyencontrarte

Como cuando en una montaña conocida, caminos que te sabes de memoria, algún nuevo elemento te hace fijarte, desviarte e incluso invitarte a perderte.

Como cuando estás en el mar nadando tranquilamente, te metes adentro, decides acercarte a la orilla y una ola, antes que te des cuenta, te sumerge.

Como cuando vuelves a casa de noche y no hay nadie por la calle y piensas que si hubiera alguien más aunque fuera en la otra acera, sería menos tenebroso.

Como cuando estás en una reunión y subes el volumen del audífono para poder entender y te cercioras de seguirlo bien para luego no tener que preguntar más de la cuenta.

Como cuando medio aislada del exterior los murmullos se hacen más fuertes, sientes curiosidad y por más que intentas volver a concentrarte, tus emociones ya te no dejan y terminas preguntando qué pasa.

Como cuando estás cansada de un día movido emocionalmente y el metro se para, una voz se pone a hablar por megafonía y de nuevo, tienes que preguntar.

Como cuando sigues cansada, pero esta vez de la voz bajita, del hablar rápido, de los cambios y tonos de voz, y aunque parece interesante y la persona ya es ajena a lo que pasa dentro de ti, pasas de preguntar. Asentir y sonreír a la par que adivinar y elucubrar.

Todo esto no tiene  nada que ver con…

Cuando lo comentas con otras personas a quienes también les pasa, y esta vez asientes y ríes, pero ya de complicidad.

Cuando es justo lo contrario, se aseguran de que lo has entendido y también mueven las manos, signan, para no romper este puente y continuar. Y para acercarse más.

Como cuando bailarines deciden bailar sin pretensiones, sin ensayar, sin presiones ni contemplaciones, solo por honorar su existencia.

Y en ese vaivén tan diferente, te sientes arropada, no te quieres ir, vibras en la misma frecuencia, te buscan, te encuentran, te encuentras.

Esto es lo que nos falta muchas veces, que en esa montaña rusa llamada vida, sea subiendo o bajando, los caminos tengan una misma meta: encontrarnos, los unos a los otros y de paso a nosotros mismos. El querer buscar(te) y el querer encontrar(te). Poco más.  Sea donde sea, por estar ahí.

Y sigas estando…

¿Y los malos días? No son pocos...

rastrillo y flor

No estamos muy acostumbrados a expresar nuestras emociones más allá de la felicidad, de lo positivo, de lo «anímate». Nos da cosa, no gusta, no se suele encontrar aliados en los malos momentos. Incluso el reconocer que estamos mal, cuesta. Y creo que no debería ser así, menos cuando la vida no es siempre de color rosa.

A mi no me cuesta reconocer que he tenido muchos momentos a lo largo de mi vida (y sigo teniendo, claro, aunque el enfoque es diferente, crecemos…) en que me he sentido muy desgraciada, que pensaba que «hasta cuando tendré que estar siempre luchando», que no sentía el apoyo de mis querid@s, que me sentía completamente sola, que fingía estar bien… Por varios motivos en general, pero más por la sordera. A decir verdad, si nuestro entorno nos discapacita, nosotros no somos de piedra. Y creo que es normal, y no pasa nada, los sentimientos negativos son tan válidos como los que tenemos cuando sentimos que estamos bien o muy bien o fantásticamente bien. No pasa nada por tener malos días, muy malos días y días peores. No duran tanto, por suerte, y lo cierto es que tarde o temprano surge cierto optimismo. Y tampoco son tan a menudo. Si son muy a menudo, convendría hablar con profesionales de la psicología, que vienen muy bien para sacar rabias acumuladas, impotencias e incluso pensamientos que puedan asustar. Somos humanos… somos fuertes y frágiles a partes iguales. Lo importante es darse cuenta y pedir ayuda (o buscar cobijo, estar con personas que son hogar…), porque merece la pena invertir en nuestro bienestar, en aprender a aceptarse, a aceptar la situación, a pensar que no siempre lo conseguiremos, pero que saborearemos muchísimo más los grandes momentos, serán únicos y aunque cuando lo vemos todo negro cuesta mucho aferrarnos en las cosas buenas, hay que tenerlas presentes de un modo u otro. Antes o después. No ser tan duros con nosotros mismos…

Es común (incluso ingenuo) pensar que las cosas solo nos pasan a nosotros, y no nos damos cuenta cuando son los demás quienes nos piden ayuda. Hay tantas formas de pedir ayuda… muchas casi ni se notan, hay que estar atento a los demás (querer). Y si por lo que sea no es posible, al menos cuidarte a ti misma, encontar una ventana (o varias, mejor), para escapar de estos momentos tan desesperantes. Cuando aceptas que tienes un día horrible, sabes que no es eterno. En mi caso, la música me salva y me acompaña en los días felices y en los tristes. También escribir… Recién encontré otra ventana, que es hacer deporte… Estas ventanas molan porque las abres y las cierras cuando tu quieres, siempre están a tu disposición. La música, en la mente, y el deporte… solo necesitas tu cuerpo.

Cada vez estoy más convencida de que la empatía es la clave, siempre. Con más empatía, todos tendríamos muchos menos días malos. Está claro, ¿verdad? Saber ponerte en los zapatos del otro es lo que alivia el alma, es una forma muy poderosa de acercarte al otro y hacerle saber que le entiendes (sí, aunque no vivas lo que le está pasando). La mayoría de las veces en que estamos de «bajón» solo necesitamos tiempo para procesar aquello que nos ha sumido en la tristeza o hundido y un mínimo de amor (aunque sea propio) o de comprensión. Incluso diría que humor, pero no siempre es bienvenido… (¿se puede entrenar?, dicen que si lo buscas, lo encuentras, incluso que protege = ¿antioxidante cognitivo?). Podría ser otra ventana…

He querido escribir esta entrada porque sé de personas que lo pasan mal, que no terminan de sentirse aceptadas por su entorno, ni comprendidas, se sienten invisibles, como si fueran nadie… y quiero decirles que muchos hemos pasado por esto, pasamos y seguiremos pasando. No es raro sentirse así cuando formas parte de un colectivo que no es mayoritario, como el de la discapacidad. Al final, todos en algun momento o varios de nuestra vida nos sentimos así y no tiene nada de malo. Al contrario, expresarlo (que lo sé, no es nada fácil) puede traernos amistades inesperadas, perspectivas diferentes… e incluso al final, nos puede hacer sentir afortunados. Siempre hay cosas que agradecer, y cuanto mejor sepamos gestionar nuestras emociones (inteligencia emocional), más cuenta nos daremos de que tenemos mucho más bueno que malo. Pero mucho más. Y que un día malo lo tiene cualquiera…

Aprendamos a hablar de nuestros miedos, fantasmas, pesadillas,… crea una red de apoyo con tus más allegados, con la familia que escojas, exprésate sin culpa. Tus sentimientos son igual de válidos que los de los demás y recuerda (porque ya lo sabes) que eres más fuerte de lo que crees.

También es verdad que a veces las cosas no son como creemos, sino que el problema es como las interpretamos. Ahí vale la pena relativizar, poner distancia, verlo con perspectiva. Un filósofo, Epícteto, decía que lo que importa no es lo que te sucede, sino como reaccionas a lo que te sucede. Es el aprendizaje de la vida, ¿no? Como sea, seamos resilientes, nada de presiones, evitemos los absolutismos, tomemos el tiempo necesario para procesar, reflexionar y seguir. Quien quiera, te seguirá, apoyará, escuchará y estará ahí. Todo pasa, no podemos llorar eternamente, terminamos echando de menos la gente bonita, los buenos ratos y las risas tontas (las mejores). Vayamos a buscarlas. A veces solo es cuestión de tener paciencia, de esperar.

Como la flor (mala hierba llamada, además) de la imagen, que se supone que no debería estar ahí en tierra inerte, pero está. Esconderla, eliminarla, arrancarla no evitará que, si las condiciones lo propician, vuelva a brotar. No lo puede evitar, ni nosotros, de vez en cuando, llorar.

Para cualquier cosa, podéis contactarme, ya lo sabéis.

everything will be okey

Y ánimo, ¡que ya es verano!

Un abrazo.

Las reacciones de la gente al decir que se bajen la mascarilla

susurros

¡Hola a tod@s!

Esta entrada va, como bien indica el título, sobre las reacciones de la gente cuando me hablan con la mascarilla puesta y yo me quedo intentando entender que dicen -sin éxito la mayoría de veces-, y finalmente necesito decir que necesito leer los labios. Bien, a partir de este momento, hay varias reacciones que me he encontrado. Algunas vienen juntas, otras por separado, según la comprensión o la perspicacia (o falta de ella) de la gente. Las voy a enumerar:

  1. Siguen hablando > tengo que explicar mejor que no oigo bien, que no sigan y que necesito leer los labios.
  2. Negación de la posibilidad de bajarse la mascarilla, por temor o por verlo fuera de lugar (entiendo que dicen que «no», la mayoría de veces soy capaz de entenderlo «oyéndolo») > tengo que decir que en tal caso será complicado que le entienda, debido a mi sordera. La última opción sería coger un papel y lápiz o bien transcripción de voz por móvil, por ejemplo. A veces terminan bajándosela, no siempre. Cuando no, me voy y ya está.
  3. Hablan más despacio o más fuerte (o eso me parece, ya que no puedo decirlo con seguridad al llevar ellos la mascarilla, aunque intuyo esto) > negando con la cabeza con resignación, tengo que repetir nuevamente que necesito leer los labios, que no me voy a enterar, que llevo audífonos.
  4. Se bajan la mascarilla enseguida (¡wow!) e incluso me comentan o preguntan lo difícil que tiene que ser para mí sobrellevar esta situación constantemente > les explico que sí, que en nuestro caso es complicado y que personas como éstas nos facilitan la vida, que gracias por la comprensión.
  5. No entienden lo que les digo y empiezan con gestos pero sigo sin entender lo que me quieren decir la mayoría de las veces, otras entre lo que oigo y lo que intuyo, puedo llegar a «captar el mensaje» > pregunto en función de lo que me ha parecido entender y así vamos haciendo… (por lo menos intentan hacerse entender… ^^), hay que valorarlo positivamente. Si supieran algo de lengua de signos, ya sería increíble…

Estas son las principales reacciones que me estoy encontrando. Bueno, y por supuesto personas que se olvidan, y del mismo modo que se la bajan automáticamente para hablar conmigo, otras veces se les olvida y tengo que recordarlo con un gesto.

Y por último, está aquella persona que dispone de una mascarilla transparente y cuando sabe que hablará conmigo, se la pone, sino, no. Un detalle. Aunque tengo que decir que en la inmensa mayoría de las veces, la opción más cómoda y práctica es bajarse la mascarilla. Y ello implica, como ya he comentado en otras entradas, guardar la distancia de seguridad, que no suele haber problema en la mayoría de los casos. Esto sería un… 85% de las veces o más, pero siempre hay este pequeño porcentaje que se resiste y hay que respetarlo aunque no sea justo para nosotr@s como colectivo con necesidades especiales en este caso.

Os cuento la última anécdota: Yendo al médico, cuando quise asegurarme de la puerta a la que tenía que acudir (a veces hay cambios y si me llaman de otra puerta sería imposible que me enterase…), en una de las mesas/mostradores de información/consultas, me pidieron el DNI (tras preguntar varias veces lo entiendo, también porque lo recuerdo de antes de la pandemia, que lo suelen pedir para saber los datos de la persona) y todo bien. Pero después de la visita, tuve que volver para coger cita para otro día, de nuevo me pidió el DNI y más cosas y ya no entendía lo que decía. A mi lado había un señor sentado, en otra mesa haciendo otra consulta. En todas las mesas hay una pantalla transparente separadora. Le comenté al que atendía en el mostrador que necesitaba leer los labios, y me repitió lo mismo (supongo). Le volví a decir que no le entendía, que necesitaba leerle los labios, esta vez señalándome la boca, y que tenía que bajarse la mascarilla. Me dijo que no se la iba a quitar (lo entendí). Me quedé algo perpleja y le dije que era la primera vez en un centro médico que me decían que no, y que bueno, pues que me lo escribiera. Tras esto, lo que hizo fue apartarse de su puesto de trabajo y situarse a mi lado, como si fuera un problema de distancia, con la mascarilla puesta. Negué con la cabeza, y le expliqué y señalé mis audífonos, diciéndole que no oigo bien y que necesito leer los labios, sino no le entiendo. Solo entonces entendió mi situación y dijo «Aaahh..», y ya se volvió a poner tras la pantalla, se bajó la mascarilla y pudimos comunicarnos con fluidez. El señor que estaba sentado a mi lado se puso a reír, y yo con él. La verdad es que al final fue gracioso porque a mi me extrañaba que no se la bajara, y ya sé que algunas personas no entienden lo que está pasando. Pero tratándose de personal sanitario, creo que a estas alturas ya deberían estar concienciados… y desde aquí lo reinvindico.

¿A quién más le ha pasado algo así y que al final haya tenido que tomárselo con humor? ¡Seguro que a muchos!

Por cierto, por si os habéis preguntado qué tiene que ver la imagen de la entrada, me pareció divertida simplemente. Para mí, guarda cierto paralelismo con la sorpresa que expresa una de ellas (me sorprenden algunas reacciones) y la otra le cuenta algo al oído que parece no poder ser escuchado en voz alta. En ambos casos, si bien la comunicación fluye, en nosotros, así, sería imposible. Si tienes la boca tapada, «nanai de la China». Y si me lo cuentas al oído, más de lo mismo…

¡Ánimo, el fin cada vez está más cerca…!

Un abrazo.

¿Vergüenza por los audífonos? ¡Not me!

En esta entrada quiero hablar de la vergüenza que algunas personas pueden tener por llevar y que se vean los audífonos en las orejas. Un día, mirando un anuncio de gafas, pensé que es curioso que siendo las gafas una especie de prótesis (y sino, acordaros que antiguamente no eran tan bonitas como ahora…), no veamos igual el hecho de portar audífonos, y eso que también los hay de colores, con figuritas insertables (infantiles)… ¿No os da que pensar?

¿Por qué creéis que puede ser esto? ¿Es vergonzoso ser sordo/no oír bien y que se vea? En mi caso, nunca he sentido vergüenza por que se me vean o por decirlo. No he querido esconderlos por un tema estético.

Reconozco que alguna vez si me he querido hacer algun peinado, sí que he pensado, «sin los audífonos quedaría mejor», o incluso me los he quitado para ver como me quedaría si no tuviera que llevarlos… pero solo en alguna ocasión en que el peinado es especialmente bonito o vistoso. No era por vergüenza, sino por «estética normativa».

Hablando de esto de los peinados, teniendo en cuenta que cuando eres un niño o una niña son los padres quienes deciden tu ropa, tu peinado y prácticamente tu todo, son los primeros que deberían normalizarlo. De hecho, me cuenta mi madre que le decían que me tapara los audífonos con mi pelo, que los disimulara, y por suerte, porque es una madraza, ella contestaba que no, que al contrario… ¿No creéis que si lo hubiera hecho, me hubiera acomplejado? Da que pensar… porque si hubiera llegado a tener algún complejo en este sentido, me habría frustrado mucho y cansado, porque sería luchar contínuamente contra algo que no se va a ir, que tarde o temprano se iba a ver, quisiera o no. Y así, fácilmente se convertiría en algo parecido a «un punto débil»… y los críos son crueles con esto, «huelen» los puntos débiles, por decirlo así, ya lo sabéis…

Entonces…, ¿es algo malo de lo que esconderse?, ¿es mejor disimularlos, que sean discretos? ¿Tanto puede afectar a la imagen que puedan tener de nosotros mismos? ¿Nos define el llevarlos? ¿Es un tema de aceptación propia, de los demás? ¿Qué es?

Personalmente, creo que tiene que ver con la idea de acercarnos a lo «perfecto», de modo que quien «no lo sea», pueda sentir cierto rechazo de los demás (aunque esté todo en la cabeza y sean realmente inseguridades). A menudo el rechazo está asociado a lo desconocido, es cierto, pero al final, de lo que se trata es del miedo. ¿Miedo a que nos miren diferente? ¿A que no nos traten igual? ¿A que se metan o se rían de nosotros? Esto lo podría comprender, y de hecho lo he vivido (repito, los críos pueden ser muy crueles), pero lo más importante al final es que te aceptes a ti mismo para enseñar a los demás que no es nada malo, al contrario, que gracias a este dispositivo electrónico, podemos oír. Hay que hacer pedagogía, no nos queda otra. «A palabras necias, oídos sordos», y nunca mejor dicho…

No olvidemos que el tener una discapacidad puede acarrear el no tener una buena autoestima, debido a los obstáculos, las inseguridades como comentaba antes, el desconocimiento (nosotros tampoco nacemos enseñados, tenemos que aprender todo sobre la marcha…). Pero sobretodo, no olvidemos que a fin de cuentas, la realidad es que tenemos la suerte de disponer de ellos y gracias a estos audífonos (o implante coclear) podemos manejarnos más o menos bien con nuestro entorno. No hay nada que disimular, nada que esconder y mucho que aprender acerca de los prejuicios absurdos. Al final, es una parte de nosotros, en cierto modo, una extensión de nuestro cuerpo (¿cyborg?). El mensaje que quiero transmitir es, que llevemos o no algun tipo de prótesis visible, no nos tenemos que avergonzar y que si se meten con nosotros, tenemos que aprender a defendernos de una forma no violenta a pesar del daño que nos puedan hacer. O simplemente no hacer caso, «el mejor desprecio es no hacer aprecio». Ya se cansarán, o se avergonzarán ellos cuando se den cuenta de lo absurdo de su proceder. Y les perdonaremos porque habremos superado un prejuicio juntos. Es un aprendizaje mutuo: aprender a aceptarnos y a aceptar a los demás. No es fácil, pero con el tiempo y la experiencia todo llega, creedme.

Sin más, espero que aprendamos a vivir y convivir en armonía con estos dispositivos y esta tecnología que nos facilita la vida y que eduquemos desde el respeto y la aceptación a los niños para que no tengan que sufrir (más, si cabe). Recuerda: nada que esconder, mucho que celebrar.

Un abrazo.

 

La importancia de sumar y de querer bonito

¡Hola a todos!

En estos tiempos que corren con la pandemia, me apetece hablar sobre lo genial que es poder estar rodeado de personas que te hacen sentir bien, que suman. Supongo que tiene que ver con tanta restricción que estamos sufriendo para contener el virus que todo lo ha cambiado y que nos impide disfrutar unos de otros con la libertad en que lo hacíamos.

Recuerdo lo genial que era reunirnos en nuestro tiempo libre con personas oyentes, sordos signantes, sordos oralistas… En definitiva, con amigos, con quien quisiéramos, y nuestro propósito era común: pasarlo bien, estar juntos. Pero quería remarcar que era tan genial porque había empatía, colaboración… Me refiero a que cuando intervienen diferentes modalidades comunicativas (los que signan únicamente, los que usan la palabra complementada, los que solo necesitan que les vocalices un poco, los que necesitan leerte los labios todo el rato…) se crea un entorno que parece mágico: hay tanta voluntad por hacerse entender y por querer que el otro nos comprenda… es algo muy especial y que he ido notando que se crea fácilmente cuando algunas personas tienen necesidades especiales. Cuando unos miran por otros. Hay un halo diferente que envuelve a las personas, como un halo de cercanía, de voluntad, de querer y querer bonito. Es bonito, la verdad (¡valga la redundancia!). Tener recursos comunicativos (es decir, espabilarse) cuando hay personas que lo necesitan, es algo que agradecer. Es sumar, implica sumar. Y lo maravilloso de combinar lengua de signos y la palabra oral es cuando aprovechas lo mejor de cada una: decides qué palabras, conceptos, significados utilizar (orales, visuales, ambos a la vez…). Creedme, es mágico. Imaginaros: si es bonito el resultado final, más lo son las personas que están detrás de este resultado…

Deseando estoy que llegue el momento del reencuentro para que la magia vuelva… que la tecnología está muy bien, pero la magia se palpa más en vivo y en directo, ya me entendéis. Hay cosas irremplazables, únicas.

Y de nuevo dar las gracias a todas aquellas personas que tienen la deferencia de bajarse la mascarilla por nosotros… parece que cada vez hay que insistir menos… Anécdota que creo que no os he contado: en el supermercado en el que compro habitualmente, uno de los cajeros, siempre que me ve, se baja la mascarilla para decirme algo (la última vez, para decirme «feliz año», así, sin más). La sensación de sentirse querida es tal, que siempre salgo pensando: «Pero que gente más bonita».

Vamos a ser positivos, el final de todo esto cada vez está más cerca… De repente podremos estar juntos sin tantas barreras (dichosas mascarillas) y reforzados de todo cuanto hayamos aprendido. ¡Sigamos sumando!

Y que este año 2021 nos traiga cosas bonitas, como las sonrisas de verdad, las que se ven, las que no se esconden… las que nos merecemos.

Teatro accesible Mi primera vez

¡Hola a todos!

El otro día fui por primera vez a un teatro accesible. Mejor dicho, pude ir a un teatro y disfrutar de la obra. Estaba «sobretitulada». Esta palabra, no la conocía y la «descubrí» hace relativamente poco, porque siempre decimos «sub-titulado» aunque sea por inercia, no «sobre-titulado». Tiene su lógica, lo que dicen está encima del escenario y no debajo de la pantalla como estamos acostumbrados. No estuvo mal, aunque al principio pensaba que iba a ser un desastre. Os cuento:

Al hacer la reserva, ya indiqué que algunas de las personas que íbamos, éramos sordas, más que nada por si era conveniente reservarnos algún lugar preferente para poder leer mejor lo que decían. Nos recomendaron unos asientos y los reservamos. Si por lo que fuera no nos fueran bien, podíamos cambiarnos avisando al acomodador, así que estaba tranquila en este sentido.

Bien, también nos avisaron de que teníamos como recurso bucles magnéticos o sistemas de frecuencia modulada para poder oír mejor la obra. Debido a que mi audífono dispone de «T» para poder activar el bucle magnético, pensé que sería una experiencia interesante. Otras personas que me acompañaban también probaron el sistema de frecuencia modulada. Nos dispusimos a ir a platea, donde teníamos nuestros asientos. Comenzó la obra.

Antes de empezar, yo ya había regulado el volumen del bucle magnético -nos avisaron de que los altibajos de las voces de los actores y actrices podrían molestar, por lo que lo tuviéramos en cuenta si teníamos que modular rápidamente-, y por un momento pensé que no lo tenía activado (el bucle) porque no notaba nada diferente. También quiero matizar que este tipo de bucle en concreto nunca lo había probado, era como un colgante, y hasta el momento, los que había probado estaban integrados en la estructura del aula o del lugar, de modo que yo no me tenía que poner nada encima.

Con el bucle magnético, se supone que las voces (hay una sincronización con los micrófonos de los actores) se oyen directamente en los audífonos (al activar la «T»), por lo que el sonido exterior se atenúa y la experiencia acústica facilita la comprensión. Pues no notaba nada. Pregunté a mis amigos que venían conmigo si a ellos les iba bien la frecuencia modulada (también era un colgante, de siempre lo ha sido), y parecía que estaban contentos. Vaya, quizá es el bucle, o a saber, pensé. Retoqué el volumen pero nada. Así que al final decidí pedir cambiarlo por el sistema de frecuencia modulada, quizá me iba mejor…

Con la frecuencia modulada, te dan unos auriculares que igualmente hacen que las voces de los actores vayan directamente, por lo que, debería oírse más nítido y cercano, es decir, más esclarecedor. Eso teniendo en cuenta que si te lo pones encima de los audífonos, te puede apretar y ser poco cómodo, o que según donde estén los micrófonos en los audífonos te vaya mejor o peor, aunque no debería suponer demasiado problema. Pues tampoco me iba bien.

Mi pareja, que estaba sentada a mi lado, era capaz de oír lo que salía de los auriculares de lo fuerte que estaba (¡al máximo!), pero yo no podía notar prácticamente diferencia entre como oía «de normal» que con los auriculares. También tengo que decir que, al llevar audífonos nuevos, me resulta todo nuevo. La cuestión es que al final, preferí estar sin nada, solo con mis audífonos, que lo escuchaba todo mejor, a fin de cuentas.

Una vez decidido que no me pondría ninguna «ayuda técnica», tocaba fijarme bien y concentrarme en la obra, porque ya llevaba unos minutos que no me estaba enterando de nada con el rollo del bucle y de la frecuencia modulada. Las letras sobretituladas, no las veía bien. Tenía que achicar mucho los ojos, porque estaban algo lejos, poco iluminadas… tenues, y me tenía que esforzar mucho para leer rápido y todo, lo que me estaba resultando complicado y me perdía muchos trozos, perdiendo así interés en la obra por no terminar haciendo la conexión entre lo que leía, quien lo decía y el propio espectáculo. Ante la frustración, pensé que tal vez si me cambiaba de sitio, más cerca del escenario, podría seguirlo mejor, y menos mal que lo hice (¡y suerte que los asientos estaban libres…!). Finalmente mi experiencia fue mucho mejor, incluso al estar más cerca de los actores, del escenario, pude vivenciar mejor las situaciones del espectáculo, entenderlas y comprenderlas bien. Al fin me pude meter en la obra y en los personajes.

Y así fue como mi primera vez en el teatro accesible mereció la pena gracias a la sobretitulación. Además la obra trataba sobre temas muy interesantes y con giros muy originales que hicieron que la disfrutara de verdad, como cualquier otro espectador. Y es que de eso se trata, de que todos podamos tener la oportunidad de acceder a la cultura, al arte y podamos divertirnos sin las preocupaciones derivadas de las barreras de comunicación que tan presentes tenemos siempre en nuestras vidas. Que todos podamos sentarnos y disfrutar, que haya un asiento para todos.

¡Viva la accesibilidad y la cultura, que nos hace libres! No dejemos de reclamar y disfrutar nuestros derechos.

¿Y vosotros, habéis tenido la oportunidad de ir a un teatro accesible?

 

¿Por qué a nosotros? ¿Qué hacer si tu hijo o hija tiene discapacidad auditiva?

burbujas

He escogido esta imagen porque aunque parezca que el sepia sea un color que inspira pasado, lo importante es captar los colores de las burbujas que sopla la madre pero cogiendo la mano del niño. La mirada del niño está puesta en las burbujas, y el color representaría la ilusión con la que las mira a través. El futuro.

Con esta descripción particular y personal de la foto escogida como representación de esta entrada, quise hacer un guiño a las madres, padres, tutores y/o familiares, amigos, conocidos, etc., de un niño o niña con discapacidad auditiva para darles sosiego en su primer impacto al enterarse de la noticia: «no puede oír», «tiene secuelas auditivas», «se ha quedado sordo/a», «no reacciona a los sonidos»… En definitiva, que será diferente. Porque esto es lo que pasa al final, que esta persona será diferente. Ojo, no es nada malo ser diferente, ser diferente significa no ser igual. Por lo tanto, si no eres como los demás, eres diferente. En realidad todos somos diferentes, así que… ¿verdad que cada vez cobra menos importancia el ser diferente en función de como lo mires? De eso se trata o al menos es lo que me gustaría conseguir transmitir con esta entrada: no tener miedo y afrontar la vida lo mejor posible tal y como venga.

Bien, como os decía, es muy probable que, tras una noticia de este estilo, se tengan sentimientos encontrados y no se sepa como actuar, qué siguientes pasos tomar… incluso preguntarse «¿por qué a nosotros?». Es normal, pero no hay que sentirse culpables ni buscarlos, consejo de mi madre: «no hay que desesperar, calma», es la incertidumbre, es salir de la zona de confort, miedo a lo desconocido. A veces nos podemos dejar influenciar por rumores, experiencias de otras personas o vete a saber. Lo primordial es aceptar la nueva situación para poder dar el siguiente paso: actuar. Al hilo de lo que comentaba antes sobre la diferencia, la cuestión es que, precisamente como todos somos diferentes, es probable que se necesiten consejos para tomar un tipo de decisión u otra, pero hay que hacerlo siempre desde la perspectiva de la calidad de vida de vida del otro, comprenderlo (la empatía es importante aquí para poder, con el tiempo, detectar sus necesidades) y pensar en lo mejor para la persona a juzgar por las expectativas de los más entendidos en la materia. Pero aquí viene lo difícil, ¿verdad?: ¿qué es lo mejor?, ¿qué es peor?, ¿cómo sabemos si…? Sí, es difícil. Si pudiéramos ver en una máquina del tiempo como sería el futuro si hubiéramos actuado de tal manera en lugar de otra, es posible que cambiáramos decisiones. Pero como no se puede hacer, tenemos que guiarnos por el instinto, por los profesionales, por el corazón, por como estamos viendo al otro, por la opinión del otro si tiene criterio…

Por mi parte, os puedo decir que el secreto es informarse (cuanto más, mejor, pero siempre contrastando en la medida de lo posible), trabajo constante, cariño y acompañamiento, no estar solo. Trabajar, ser constante, repito. Así podemos esperar resultados, trabajando con constancia y con profesionales experimentados. Insisto, hablo por mí y basándome en mi propia experiencia, por lo que es posible que mi forma de ver el asunto no coincida con el de otras personas que hayan vivido circunstancias similares, aunque la verdad es que solemos coincidir quienes hemos vivido estas experiencias en que el esfuerzo y el trabajo constante es lo que marcará la diferencia.

Lo primero que habría que hacer tras saber que una persona no va a oír o no va a oír bien, es ponerse en marcha, empezar a ver opciones, a contactar con especialistas, otros padres y madres en situaciones similares si es posible, con asociaciones, etc., para ver qué opciones hay disponibles, los pros, los contras de los posibles recursos… (¡que hoy en día hay más que nunca, además, tenemos suerte!). Con esto me refiero a: hacer pruebas, conocer la realidad a nivel fisiológico (tipo y grado de pérdida), investigar posibles soluciones protésicas eficaces si hubiera restos auditivos, preguntar mucho y cuestionarse mucho y, cuando sea posible, decidir. La atención temprana es decisiva para dar respuesta a las necesidades que tengan que ver con el desarrollo. La decisión o opción escogida ante la situación probablemente marcará para siempre el futuro de esta persona cuando seguramente todavía ni tendrá la capacidad para razonar debido a la corta edad, por lo que es muy importante haberlo sopesado y meditado bien.

Y a partir de aquí, como os decía, trabajar con ejercicios, con imaginación, con juegos… ejercitar el sentido y la mente. Que no falte el cariño, los ambientes estables, tranquilos… El aprendizaje está estrechamente unido a las emociones, y si éstas son positivas, más lo será el aprendizaje. Es un punto importante porque, junto con la motivación, las emociones juegan un papel principal a la hora de entender, comunicar o razonar, comprender, atender, memorizar… Todos son procesos básicos que intervienen en el aprendizaje y que hay que reforzar a menudo cuando hay que dar un apoyo complementario a personas cuyo desarrollo se puede ver perjudicado por la falta de información accesible. Tener esto en cuenta y que cada persona tiene sus necesidades particulares, nos ayudará a minimizar todo lo posible las diferencias en el desarrollo de las capacidades cognitivas y que luego sentarán las bases para las competencias personales, sociales… necesarias para interactuar con los demás y forjar la propia identidad.

La idea es transmitir calma, que el aprendizaje sea enriquecedor y satisfactorio fomentando la predisposición para que así sea. No olvidar que son niñ@s y respetar sus tiempos. Ya dicen que las prisas son malas consejeras, pues en este contexto, lo son. A mí me ha funcionado… pero ha sido gracias a los que han participado en todo este proceso cuando era pequeña y también ahora de mayor, porque es un camino de largo recorrido…

agradecida

Y cuando digo esto pienso en mi madre y en mi padre, que SIEMPRE han estado ahí incondicionalmente para lo que hiciera falta, con infinita paciencia y amor, y siguen estando… Gràcies als dos.. Adornos navideños para el árbol con forma de corazón | Plantilla ...

Ser, oír, sentir… Esencias

Ladridos de perros alterados porque alguien habrá pasado cerca de sus casas, globos llenos de agua explotando en una guerra de agua infantil, motores de coches rugiendo tras ponerse el semáforo en verde, risas enlatadas y repentinas en reuniones de gente y entre el tumulto, sirenas de ambulancias y de policías que se apresuran por llegar lo más pronto posible a sus destinos, melodías de teléfonos que siguen insistiendo porque nadie atiende la llamada, el niño que llora incansablemente porque la madre está mirando el móvil, la intensidad de la lluvia que salpica y repica con fiereza… Todas esas pueden ser cosas ajenas a una persona que no oye nada, cosas que tal vez una persona sorda sería incapaz de percatarse si no tiene restos auditivos o una extensión de sí misma en forma de tecnología para amplificar el sonido de ahí fuera.

Estrellas fugaces inesperadas que se iluminan en lo alto del cielo y en noche cerrada, hojas secas que se desprenden de los árboles en pleno otoño y que siguen una trayectoria caprichosa hasta caer definitivamente al suelo, el inseguro que necesita llamar la atención constantemente para que los demás le rían las gracias, sonrisas fingidas de esas falsas que duran unos segundos y que luego se tornan labios serios o tristes, el interés de alguien que se preocupa por tu bienestar y que se siente satisfecho al ver que lo has entendido y comprendido, el niño que ofrece su paraguas a un gato callejero porque éste se está mojando, el suspiro y expresión de alivio de aquellos que por fin han conseguido sus propósitos, soplar con inspiración a un diente de león soltando nuestra fe al universo para que se cumplan nuestros últimos deseos… Estas son cosas que nada tienen que ver con oír, sino con la belleza que nos regala el sentir. Sentimientos relacionados con la quietud, la reflexión, la fortuna, la observación.

Muchas veces las personas dicen: «Qué pena que no oye», «pobrecito, es sordo», «es una lástima que no pueda escuchar el canto de los pájaros», enfocándolo siempre desde la falta y no desde la aceptación, que no resignación; cuando simplemente es otra condición, una diferencia que no tiene por qué restar. Es por eso que pienso que no, que lo que da pena realmente no es el «no poder» oír, sino el vivir en un mundo en el que, aún teniendo la «capacidad» de oír el piar de los pájaros, de hablar por teléfono, de trabajar y reír a la vez porque estás escuchando (chafardeando) la conversación de los compañeros de trabajo; que, al parecer, no exista esa necesidad interna e imperante de ayudar al otro o facilitarle la vida en lo posible, esa introspección necesaria que empuja obligatoriamente a valorar lo que se tiene, que siempre es mucho. Vivir el presente con nuestras circunstancias particulares teniendo en cuenta las necesidades de los demás: de nuestros amigos, de nuestros compañeros, de nuestra familia e incluso de los desconocidos; es lo que nos enriquece realmente a todos, es lo que nos convierte en quienes «somos» sin dar cuenta del si «tenemos» o no. Cuidar de los otros también proviene de un sentimiento. Así que, para mí, es mucho más importante el sentir que no el oír. Además, hay cosas que se pueden «oír» a través de la piel, del tacto. Considero esto una «superCapacidad» que no todos poseen, a decir verdad. Cambia la mirada al respecto, ¿como decirlo…?, ese percibir se convierte en un poder. Y aporta mucho más a nivel interior, es lo que al final, te llena por dentro, el como es la gente, como transmite las cosas, como te sientes por ello…

Porque lo que somos y lo que sentimos nos convierte en el resultado de aquello que desprendemos desde bien adentro, que nos hace únicos y que define lo mejor y/o lo peor de nosotros mismos: nuestra esencia, lo que nos apaga o lo que nos hace brillar.

Así que… creo que no somos lo que tenemos, en tal caso podríamos no ser nada de un día para otro. En definitiva, hay cosas que aunque se puedan oír, solo merecen la pena si las puedes sentir.

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