No estamos muy acostumbrados a expresar nuestras emociones más allá de la felicidad, de lo positivo, de lo «anímate». Nos da cosa, no gusta, no se suele encontrar aliados en los malos momentos. Incluso el reconocer que estamos mal, cuesta. Y creo que no debería ser así, menos cuando la vida no es siempre de color rosa.
A mi no me cuesta reconocer que he tenido muchos momentos a lo largo de mi vida (y sigo teniendo, claro, aunque el enfoque es diferente, crecemos…) en que me he sentido muy desgraciada, que pensaba que «hasta cuando tendré que estar siempre luchando», que no sentía el apoyo de mis querid@s, que me sentía completamente sola, que fingía estar bien… Por varios motivos en general, pero más por la sordera. A decir verdad, si nuestro entorno nos discapacita, nosotros no somos de piedra. Y creo que es normal, y no pasa nada, los sentimientos negativos son tan válidos como los que tenemos cuando sentimos que estamos bien o muy bien o fantásticamente bien. No pasa nada por tener malos días, muy malos días y días peores. No duran tanto, por suerte, y lo cierto es que tarde o temprano surge cierto optimismo. Y tampoco son tan a menudo. Si son muy a menudo, convendría hablar con profesionales de la psicología, que vienen muy bien para sacar rabias acumuladas, impotencias e incluso pensamientos que puedan asustar. Somos humanos… somos fuertes y frágiles a partes iguales. Lo importante es darse cuenta y pedir ayuda (o buscar cobijo, estar con personas que son hogar…), porque merece la pena invertir en nuestro bienestar, en aprender a aceptarse, a aceptar la situación, a pensar que no siempre lo conseguiremos, pero que saborearemos muchísimo más los grandes momentos, serán únicos y aunque cuando lo vemos todo negro cuesta mucho aferrarnos en las cosas buenas, hay que tenerlas presentes de un modo u otro. Antes o después. No ser tan duros con nosotros mismos…
Es común (incluso ingenuo) pensar que las cosas solo nos pasan a nosotros, y no nos damos cuenta cuando son los demás quienes nos piden ayuda. Hay tantas formas de pedir ayuda… muchas casi ni se notan, hay que estar atento a los demás (querer). Y si por lo que sea no es posible, al menos cuidarte a ti misma, encontar una ventana (o varias, mejor), para escapar de estos momentos tan desesperantes. Cuando aceptas que tienes un día horrible, sabes que no es eterno. En mi caso, la música me salva y me acompaña en los días felices y en los tristes. También escribir… Recién encontré otra ventana, que es hacer deporte… Estas ventanas molan porque las abres y las cierras cuando tu quieres, siempre están a tu disposición. La música, en la mente, y el deporte… solo necesitas tu cuerpo.
Cada vez estoy más convencida de que la empatía es la clave, siempre. Con más empatía, todos tendríamos muchos menos días malos. Está claro, ¿verdad? Saber ponerte en los zapatos del otro es lo que alivia el alma, es una forma muy poderosa de acercarte al otro y hacerle saber que le entiendes (sí, aunque no vivas lo que le está pasando). La mayoría de las veces en que estamos de «bajón» solo necesitamos tiempo para procesar aquello que nos ha sumido en la tristeza o hundido y un mínimo de amor (aunque sea propio) o de comprensión. Incluso diría que humor, pero no siempre es bienvenido… (¿se puede entrenar?, dicen que si lo buscas, lo encuentras, incluso que protege = ¿antioxidante cognitivo?). Podría ser otra ventana…
He querido escribir esta entrada porque sé de personas que lo pasan mal, que no terminan de sentirse aceptadas por su entorno, ni comprendidas, se sienten invisibles, como si fueran nadie… y quiero decirles que muchos hemos pasado por esto, pasamos y seguiremos pasando. No es raro sentirse así cuando formas parte de un colectivo que no es mayoritario, como el de la discapacidad. Al final, todos en algun momento o varios de nuestra vida nos sentimos así y no tiene nada de malo. Al contrario, expresarlo (que lo sé, no es nada fácil) puede traernos amistades inesperadas, perspectivas diferentes… e incluso al final, nos puede hacer sentir afortunados. Siempre hay cosas que agradecer, y cuanto mejor sepamos gestionar nuestras emociones (inteligencia emocional), más cuenta nos daremos de que tenemos mucho más bueno que malo. Pero mucho más. Y que un día malo lo tiene cualquiera…
Aprendamos a hablar de nuestros miedos, fantasmas, pesadillas,… crea una red de apoyo con tus más allegados, con la familia que escojas, exprésate sin culpa. Tus sentimientos son igual de válidos que los de los demás y recuerda (porque ya lo sabes) que eres más fuerte de lo que crees.
También es verdad que a veces las cosas no son como creemos, sino que el problema es como las interpretamos. Ahí vale la pena relativizar, poner distancia, verlo con perspectiva. Un filósofo, Epícteto, decía que lo que importa no es lo que te sucede, sino como reaccionas a lo que te sucede. Es el aprendizaje de la vida, ¿no? Como sea, seamos resilientes, nada de presiones, evitemos los absolutismos, tomemos el tiempo necesario para procesar, reflexionar y seguir. Quien quiera, te seguirá, apoyará, escuchará y estará ahí. Todo pasa, no podemos llorar eternamente, terminamos echando de menos la gente bonita, los buenos ratos y las risas tontas (las mejores). Vayamos a buscarlas. A veces solo es cuestión de tener paciencia, de esperar.
Como la flor (mala hierba llamada, además) de la imagen, que se supone que no debería estar ahí en tierra inerte, pero está. Esconderla, eliminarla, arrancarla no evitará que, si las condiciones lo propician, vuelva a brotar. No lo puede evitar, ni nosotros, de vez en cuando, llorar.
Para cualquier cosa, podéis contactarme, ya lo sabéis.
Y ánimo, ¡que ya es verano!
Un abrazo.