El tener que vocalizar… Esa cosa…
Personas desconocidas hasta el último día alrededor que hablan y hablan pero no contigo. O eso parece, porque no vocalizan y se entienden. Tu ves, oyes, pero no entiendes. Te lo dicen, se olvidan, pues no se te nota y no lo parece.
Pareces antipática, pero en realidad, aunque pocos lo sepan, o muchos que te caen mal, solo lo eres cuando quieres. Sonreír de más mientras adivinas qué han dicho. O para tratar de integrarte. Pero solo hacia fuera. Y así, durante todo el día, todos los días.
¿Te lo imaginas? Son retazos propios de pensamientos de una persona sorda como yo que lee los labios pero tampoco tan bien. Al parecer. O vocalizan fatal, que también. O está fatigada ya. Que oye bastante pero no del todo. Que hace todo lo posible pero no lo suficiente. Siempre más y un poco mejor, si puede ser, pero por fuerza debe ser. O automáticamente te excluyes, pues no parece que te incluyan. Y así todos los días.
.
.
No se puede pretender hacer un sobreesfuerzo constante tantísimas horas al día varios días seguidos sin explotar. No si no te tienen en cuenta, si se olvidan más allá de las primeras palabras, en esas que aún te miran y se esfuerzan. Cualquier interrupción inocente hace perder la intención de seguir siendo accesible. Se volvieron a olvidar y otra vez estás fuera.
No se puede pretender jugar a ser incansable y tener una sonrisa eterna ni ser ocurrente si no te sientes valorada. Si hay demasiadas personas, que por más que pase el tiempo, siguen siendo desconocidas. No franquean el muro de la comunicación. No lo necesitan ni ven tu necesidad de ayuda. Me pregunto hasta si se dan cuenta de los intentos… Porque por más que lo intentes, es imposible leer todos los labios y menos a la vez. Y así conocer, aprender. Estar.
Sea como sea, al final, necesitas un remanso de paz, decir: no más. No a la fatiga auditiva, a la alerta constante, al estrés continuado. No al dejar de ser tú misma para volver a ser tú todo el día, todos los días. Eso sí. Con tu gente. Es más fácil vocalizar un rato (gracias) que estar pendiente todo el tiempo.
Nada como estar en casa, una serenidad que, si no perfecta, conocida.