Todos los días y todo el día

todo el dia, desierto

El tener que vocalizar… Esa cosa…

Personas desconocidas hasta el último día alrededor que hablan y hablan pero no contigo. O eso parece, porque no vocalizan y se entienden. Tu ves, oyes, pero no entiendes. Te lo dicen, se olvidan, pues no se te nota y no lo parece.

Pareces antipática, pero en realidad, aunque pocos lo sepan, o muchos que te caen mal, solo lo eres cuando quieres. Sonreír de más mientras adivinas qué han dicho. O para tratar de integrarte. Pero solo hacia fuera. Y así, durante todo el día, todos los días.

¿Te lo imaginas? Son retazos propios de pensamientos de una persona sorda como yo que lee los labios pero tampoco tan bien. Al parecer. O vocalizan fatal, que también. O está fatigada ya. Que oye bastante pero no del todo. Que hace todo lo posible pero no lo suficiente. Siempre más y un poco mejor, si puede ser, pero por fuerza debe ser. O automáticamente te excluyes, pues no parece que te incluyan. Y así todos los días.

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No se puede pretender hacer un sobreesfuerzo constante tantísimas horas al día varios días seguidos sin explotar. No si no te tienen en cuenta, si se olvidan más allá de las primeras palabras, en esas que aún te miran y se esfuerzan. Cualquier interrupción inocente hace perder la intención de seguir siendo accesible. Se volvieron a olvidar y otra vez estás fuera.

No se puede pretender jugar a ser incansable y tener una sonrisa eterna ni ser ocurrente si no te sientes valorada. Si hay demasiadas personas, que por más que pase el tiempo, siguen siendo desconocidas. No franquean el muro de la comunicación. No lo necesitan ni ven tu necesidad de ayuda. Me pregunto hasta si se dan cuenta de los intentos… Porque por más que lo intentes, es imposible leer todos los labios y menos a la vez. Y así conocer, aprender. Estar.

Sea como sea, al final, necesitas un remanso de paz, decir: no más. No a la fatiga auditiva, a la alerta constante, al estrés continuado. No al dejar de ser tú misma para volver a ser tú todo el día, todos los días. Eso sí. Con tu gente. Es más fácil vocalizar un rato (gracias) que estar pendiente todo el tiempo.

Nada como estar en casa, una serenidad que, si no perfecta, conocida.

Sorda e invisible, sola. Segunda parte

¡Hola a todos!

Como comentaba en la entrada anterior, voy a hablar sobre lo que es sentirse invisible rodeada de gente, pero esta vez desde mi punto de vista, desde mi experiencia. Por desgracia es un sentimiento que se da más a menudo del que me (nos) gustaría. A nadie le gusta sentirse invisible.

El otro día se lo comentaba a una amiga, que en cuanto aparecen personas en alguna reunión social -y cuantas más van apareciendo-, más invisible me torno o me siento. Personas oyentes me refiero, claro, ya que eso no me pasa (o no me siento así) cuando estoy con personas sordas.  ¿Por qué? Pues porque gran parte de los oyentes no suelen acordarse de que no oigo bien y ello hace que me resulte muy complicado (¿imposible?) integrarme en la conversación si alguien no me ayuda o no vocalizan expresamente para mí. A veces no te sale pedir ayuda, pedir que vocalicen, por favor. No quieres, te cansas. Porque para nosotros es 24h al día, todos los días. El poema del pájaro soñador trata un poco de esto, de estos momentos en que «ahora sí, ahora no» te enteras y dependes de los demás.

A lo que iba: sentirse invisible. Sentirse invisible muchas veces equivale a sentirse sola. Sí, porque si nadie te ve, por más rodeada de gente que estés, te sientes sola. Batiburrillo constante, palabras sueltas, risas, exclamaciones inesperadas. Silencios cortos. Dentro, pero, silencios semipermanentes que no sabes como romper. Y de repente alguien lo rompe diciéndote algo y regresas de tanta inconexión. Pero apuesto a que, al poco rato, la inconexión vuelve como por inercia. El batiburrillo. Tengo que decir que el grado de soledad puede depender del grado de familiaridad que tienes con la gente con la que estás, pero a veces, solo depende de tus ganas de esforzarte. Yo por lo menos, a veces no necesito enterarme de las cosas para sentirme a gusto. El problema es, cuando quieres, y no puedes. Ese es justo el problema, y que nadie sepa verlo y rescatarte de la inconexión odiosa. Supongo que a veces, ese es uno de los motivos que hacen que necesite irme y llorar, pero desconsoladamente. Después disimular y poner buena cara. Parece que no nos queda otra.

Para evitar estas cosas y no llegar a la desesperación, digamos, prevenir como me sentiré en función del lugar al que vaya y con cuantas personas, hace que hable primero con una de las personas con las que estaré para pedirle que me ayude o que me vaya explicando las cosas sobre la marcha. Este recurso me da cierta seguridad y me permite sortear los malos pensamientos que tengan que ver con la soledad que os contaba. Porque tampoco es plan de estar con gente que quieres y tengas que sentirte así.

Lo que da más rabia es que solo con «un poco» de vocalización se solucionaría gran parte del problema. Partiendo del hecho de que, siendo usuaria de audífonos, los cuales me amplifican el sonido que recibo, no son milagrosos, no pretendo enterarme de todo ni mucho menos (tampoco podría, leyendo los labios de todo el mundo), solo no perder demasiado el hilo y tener la oportunidad de intervenir de vez en cuando. Pero no con una frase de 5, 6 palabras y ya está, sino intervenir de verdad, es decir, que la comunicación se sostenga por un tiempo de manera bidireccional. Dejarnos que nuestro papel, nuestra personalidad, fluya. Como todos, vamos. Sin arrancarlo. Que a veces parece que estemos pidiendo más de lo que tienen los demás, y no. Solo necesitamos un poco de empatía. Integrarnos. Mejor dicho, que nos permitan integrarnos, que nos ayuden a integrarnos. La ansiada integración social…

Termino esta entrada agradeciendo a todas aquellas personas que hacen esta integración social posible, que han sido muchas, y que mitigan la soledad y la invisibilidad que podamos sentir, hasta el punto que, sin querer o queriendo, la aplacan. Yo también lo haría. Sois maravillosos.

¡Gracias!

¡Abrazos a todos!

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